sábado, 3 de mayo de 2008

Posthumus. El Enterrador

Retomo una imagen de pasados casi oníricos, de tiempos confusos y de entreveraciones perceptivas de la más asistemática confusión monádica. Hablo de una absorción metafísica del mundo, de pajitas o sorbetes de plástico viejo en una naranja mohosa, hablo de una cama y un cuerpo sobre esa cama y una mano en ese cuerpo, una mano escribiendo.
El pasaje es impropio de ser denominado original. No puede uno estar cayendo constantemente en esta clase de generosidades nominalistas. Algo a mi costado me dijo que era shakesperiano, pero tampoco puedo estar seguro de ello.
La bic roja decía algo acerca de un campo vastísimo, de pasto casi seco, pero no del todo desolador, salvo por la magnitud espacial de éste. Una suerte de pampa sin ombúes, sin verticalidades que mitigaran la eterna y triste horizontalidad, la íntima condena de figurarse en un único plano. Un campo agónico sin gemir, sin quejarse, un océano amarillo y quebradizo copado de muertes, y esto último no es una figura, ni una metáfora, ni un símbolo, y acaso sólo se le permita ser llamada imagen.
En el espacio infinito del plano cubierto de pasto, están dispuestos de manera azarosa (aquí supondríamos que el narrador es ateo) un indefinido número de cadáveres en descomposición. Henchidos y jugosos, tres o cuatro semanitas de descomposición insistente, pero hasta ahí. Quiero decir que ya no estaban volviendo a la tierra, ni recomponiéndose tampoco, sino estáticos en ese nauseabundo estadío de la muerte. Quietos, atemporales, pútridos y abyectos, permanecen. No dicen nada. Su lenguaje es el de la emanación del aroma, dan el ser a través de ese simple y existencial acto de oler-a-podrido, y en su hedor hay mil existencias que participan del ente hedor, que no es el ente cadáver pero está enraizado a éste. Teologías como para hacer dulce, mermelada de cadáver, amarilla, biliosa y abyecta, como toda ficción, como toda teología.
Ahora la acción, con ella el tiempo. Un sujeto, por convención el narrador lo llamará D., entra en la escena, digamos que caminando. Trae en sus hombros la mochila del movimiento y de Cronos en él. Es un inquisidor inconsciente, una trituradora, una carga de dinamita, un ordenanza y, por qué no, un exorcista. De sus pasos nace el devenir, nace el tiempo, y la mitopoyesis que provocaban los cadáveres es impotente de perpetrar su alma. Incluso pareciera que carece de respiración, o que padeciera de un santo resfriado redentor, porque no se mosquea ante el vaho pútrido de los nacidos post-mortem a su alrededor.
Sus facciones no representan su condición de verdugo. Flaco, no muy alto, cabizbajo, vestido con un gastado traje que aún deja atisbar un pasado albo, o de ese color que las mujeres llaman marfil y que el ojo masculino es incapaz de diferenciar de sus hermanos tiza, manteca, etc. En su cara sólo hay cansancio, el de un hombre que realiza una tarea, el de un dios de oficina que se limita a cumplimentar destinos, el de un viento que se ve a sí mismo soplando. Camina, y como un rey huno va sembrando acaeceres a sus pasos. Camina y brotan los devenires, se rompe la mágica estática del no tiempo, del no movimiento, de esa imagen que era una negación que era una imagen que era una negación que era una imagen…
Las fotografías-cadáveres abandonan su estado de inercia inmóvil, son devueltos al curso del tiempo, son arrastrados por el río. Se abren como flores y se mueven como peces, se revuelven como mares y son devueltos a la tierra y al aire. La perfección sagrada del equilibrio se quiebra, las moscas, animal epifánico si los hay, aparecen gritando bz, los gusanos blancos comienzan su silenciosa labor, los hongos crecen y se ahogan en su soledad intrínseca, los cuerpos crujen y rechinan, se agolpan por dentro, se secan y segregan jugos fétidos, por toda respuesta al llamado del destino. ¿Muss es sein? ¡Es muss sein! Chanananán y toda la cursilería sinfónica que siempre viene al caso. Los pasos son el llamado. Retumban, hacen eco en las paredes remotas del fin del universo y vuelven. ¿Tiene que ser? ¡Tiene que ser!, que sea pues. El impávido enterrador, se desplaza. El resto no sólo no se calla, sino que grita: es, es, es, soy, somos, estamos. ¡Es, Es, Soy, Somos, Estamos! ¡Viva el fin de la potencia, basta de ser susceptibles-a! Los cadáveres se pudren finalmente y ya son póstumos. Las moscas regresan a la dimensión incomensurable de donde provienen, esa que no es este mundo, los gusanos regresan también a la tierra, los hongos sacan a relucir sus falos a la superficie. El hedor se apaga y acaba por entrar en un respetuoso mutis. D, el inhumano inhumador, el otorgador del órden, el limpiador de demonios y quien da lógica al más bello caos, se pierde, digamos, caminando.

3 comentarios:

Serj Alexander Iturbe dijo...

Demon/Cleaner? La puta madre...

Serj Alexander Iturbe dijo...

Ah, no... Es Demon Cleaner!

Damned Poet dijo...

Sí, evidentemente. El autor se ha visto sometido a un profundo y largo ejercicio ascético que lo ha liberado de explicitaciones publicitarias (valga la redundancia o no, tampoco es cuestión de pedir permisos).
La próxima publico el origen Hellsingezco del personaje.