domingo, 28 de septiembre de 2008

Stream of consciousness


Y otra vez la roña y otra vez cuando está Toby durmiendo esa vómito cuando la escucho ah ah ah una y otra vez hasta arriba, la zorra Con Toby durmiendo además pobrecito zorra pobrecito durmiendo mientras vos con el otro agarrados como un bicho de dos espaldas una cosa que se frota mojada. Yo los vi esa vez hace poco Toby no estaba durmiendo estaba en el jardín pero como yo me hice la enferma no fui al colegio zorra y otra vez dale al Tío en la habitación cuatro veces esa semana que Papá viajó al interior por el trabajo Los dos y vos arriba gritando arriba de él yo los vi.
Y cuando Papá vuelve siempre a lo de Úrsula vieja babeante colgante vieja a dormir en lo oscuro y la vieja afuera deambulando afuera y yo y el Toby también pobre ahí condenados zorra para que vos y el viejo estúpido viejo viaja siempre siempre y contento él vos también ahí nomás el Tío o el tipo del tennis o ese que vino una vez no me acuerdo morocho rulos una tarde Toby no me acuerdo si estaba. Y la vieja, afuera. Le da al Toby de comer asquerosamente se lo llena todo de comida al babero, no tiene pulso la vieja colgante y se le mueven las carnes abajo del brazo hamacadas y tiradas por la gravedad vieja horrible -AH AH AH- ¡dejame pensar siempre se mete el ruido y me hace como una nada abajo en el vientre como una gana de vomitar o mejor de ir corriendo y vomitarlos a ustedes vomitar toda la cama y las colchas y la ropa y a ustedes el colchón las colchas zorra vomitaría en todo! Dejame por lo menos no dormir al lado del Toby dejame contar ovejas y más ovejas y vos dale nomás acostada con el Tío sabiendo perfectamente que escuchamos porque la pared es finita o estará agujereada o filtrada con algo pero vos sabrás que se escucha perfectamente, igual que si estuvieran acá en el cuarto La cama matrimonial huquihuiquihuiqui siseando nosotros sintiendo hasta eso al lado mío y las descargas los orhh como golpes suyos y vos como una loca zorra en el medio nuestro dejame dormir por lo menos.

lunes, 15 de septiembre de 2008

How to dig a hole in somone else's mind (otro cuento sín título)






Octubre.

Segunda semana.
Notas del nuevo paciente, Sebastián Ortega. Este sistema es un más un experimento que un ejercicio de psicología. Recuerdo haber leído de esto en una revista norteamericana. Ellos, los norteamericanos, han mostrado tener menos resquemores y urticarias morales con respecto al estudio de la Psique que sus pares del sur. A propósito de esto, tomo nota de que mi amigo el Sr. Fernández (escritor, psicólogo, metafísico) ha prometido entregarme en préstamo cierta bibliografía del yanqui James. Curiosamente no se trata del Henry, el escritor, sino de su hermano menor, William, que le viene a la zaga en fama por sus amplios estudios en psicología; todo esto a dicho del Sr. Fernández, aunque en boca de él de una manera más graciosa que no sabría reproducir.
Aún desconozco en qué posición teórica fue concebida esta curiosa e interesante práctica. He sido cuidadoso y he tratado de comentar con muy poca gente sobre este nuevo ejercicio, y principalmente me he guardado de comentarlo con psicoanalistas. Mi buen amigo el Sr. Pellegrini me advirtió que podría solicitarse que se me removiese la licencia si se armaba un escándalo a causa de esto. Yo creo que son exageraciones. Aún más, conste la siguiente predicción: en veinte años tendremos acceso a un registro común magnetofónico de observaciones psicológicas. Se hará posible la confección de un mapa mundial psicológico, aunque habría que indagar el margen de personas que a él tendrían acceso en ese caso. En uno u otro caso, la opción no deja de ser interesante.

Tercera semana.
Ortega es un hombre tímido, tal vez demasiado. Tiene la frente amplia y cuadrada, unos ojos separados fríos y muertos, una constitución física poco saludable. Un diagnóstico fisiológico le sería desfavorable. Bien podría ser uno de los personajes del genial novelista ruso, Dostoievski. Digno es de anotar la excelente sensibilidad psicológica de estos literatos rusos. De mediados del siglo pasado hasta hace apenas unas décadas, hemos visto publicarse volumen tras volumen de una exquisita literatura psicológica. Las vanguardias locales empiezan a renegar de ellos, como les es necesario si pretenden seguir ubicados “avant la garde”, pero sin miedo de que se me considere reaccionario podría afirmar que desistirán, como lo hicimos notros, de sus parricidios intelectuales.

Notas tomadas antes de la tercera sesión, mientras espero que sea haga la hora:
Algunas observaciones sobre la conducta del paciente. Es ostensible su carácter débil, su pusilanimidad, su constante dubitación antes de todo y ante todo. Un dato aún más extraño: calló cuando le pregunté, durante la sesión pasada, la causa de que acudiera a mi consultorio. Calló con turbación, ocultaba algo. Le pregunté si sabía que yo no era un psicoanalista ortodoxo y me contestó que no sabía cuál era la diferencia entre la psicología y el psicoanálisis.
Esto no me molestó como suele sucederme con alguna regularidad. El caso de Ortega es me resulta interesante. He vuelto a leer en dos ocasiones estas dos hojas y me da la impresión de que me están faltando fragmentos, gestos. No me ha sido sencillo trasladar al papel lo que siento que es Ortega. Es vívido, casi tangible.

Cuarta semana.
Ortega, súbitamente, me ha preguntado si estoy capacitado para hipnotizarlo. Afirmó repetidamente que tenía dudas acerca de la efectividad de esos métodos, pero yo observé en sus facciones cierto entusiasmo. Sus ojos brillaban al decirlo y se me figuró que la idea de la hipnosis la habría concebido muy posiblemente aun antes de empezar nuestras sesiones.
Le mentí, le dije que no. Sentí un desánimo de su parte. Quiero ver qué tan importante es esto para él.

Nota entre sesiones:
Ortega se muestra desdeñoso hacia la disciplina que profeso, cuando, sin embargo, viene cada semana a verme. Esto me produce un estupor y una curiosidad: ¿por qué Ortega quiere la ayuda de una teoría psicológica en la que no deposita ninguna esperanza? El Sr. James (Macedonio no recordó nunca prestarme el libro, pero pude hacérmelo traer desde los Estados Unidos por mediación del librero Carlos Almada) observa las conveniencias prácticas de las creencias activas, aun en materias esotéricas o religiosas. Pude ver la enorme afinidad de su pensamiento con el mío y por esto me he propuesto escribirle. Anoto que debo investigar más sobre este “pragmatismo”.
¿Puede ser que el interés de Ortega en la hipnosis sea la razón por la que me frecuenta? La hipótesis no es descabellada. Indagar

Noviembre.

Primera semana.
En esta sesión me he dispuesto a sonsacar de Ortega su interés por la hipnosis. No obtuve, al principio, datos interesantes o que corroboren directamente lo que sospechaba. Por lo que dice, apenas sabe de qué se trata y aún menos sospecha de qué manera se usa en psicología o de qué va el supuesto de un inconsciente al que se acceda por medio de la hipnosis. Sorprendentemente, empero, me dijo después que sabía que “en ese estado uno recordaba cosas que había olvidado, cosas de cuando se era pequeño, por ejemplo”.
Creo que no es arriesgado afirmar que éste sí es un dato relevante a mis sospechas.
Lo enunciaré para que conste de forma prolija y ordenada: Ortega escuchó hablar de la hipnosis no más de lo que él mismo me ha confesado. Algo le ocurrió de joven, tal vez aun de niño, algo que ha olvidado o enterrado profundamente en su conciencia. Si es posible que lo haya olvidado totalmente, tampoco sería una locura tomar más seriamente el pretendido inconsciente del doctor Freud y su escuela. Viene a verme con la esperanza de que yo le devuelva el ese recuerdo muerto. Tal vez haya llegado a la conclusión de que él es en parte causa de su debilidad mental patológica.

Segunda semana.
Ortega me contaba de su infancia cuando le vino un ataque de nervios febril, o fingiendo, actuó como si le viniera. En cualquier caso da cuenta del nivel elevado de su enfermedad psíquica. Una sesión muerta: después de eso tuve que esperar a que se calmara y luego dar un rodeo al tema de la charla. Estaba ansioso por acercarme a ese punto, pero Ortega me ha cerrado el paso. La comparación podría resultar macabra, pero descubrir las mellas en una conciencia es como desnudar a una chiquilla virgen: se trata de insistir, de parecer cuidadoso, de no asustarla, de hacer que se sienta protegida. Con Ortega es más difícil, porque se bloquea si uno se acerca demasiado. El tema resulta de interés, pero he notado que ya no puedo confiarlo a los demás, ya sean colegas o no. No puedo depositar el corazón de Ortega a cualquiera. Es, por lo pronto, mío.

Nota entre sesiones:
Estuve cavilando sobre el trauma emocional del paciente. Posiblemente esté relacionado con el descubrimiento de la sexualidad, yo diría que entre los siete y los diez años. Me complace leer las notas anteriores y confirmar con qué exactitud lo había predicho. No hubiera sido dificultoso, de todas maneras, aun para un estudiante; el hombre tiene una cara de borrego espantosa, y un leve aire homosexual pringoso lo rodea. Cuando está demasiado cerca de mí, siento como si balbuceasen cada una de sus células. Me da asco, pero me temo que sólo me esté permitido decir eso en estas notas. Me apena, por momentos, no poder asumir esa pose de profesionalidad pulcra que muestran muchos de mis colegas.

Tercera y cuarta semanas.
Llegué a la conclusión de que debo acceder a la petición de Ortega e hipnotizarlo si es que quiero saber qué le ocurrió. Dos ataques nerviosos consecutivos en las correspondientes sesiones pasadas me hacen sospechar que no podré hacer que me lo diga por las buenas. Yo mismo desconfío del método, pero mi curiosidad se hace cada vez más grande. Pellegrini vino a mi consultorio la semana pasada y me vio con las notas. De alguna manera adivinó de qué se trataba, y me previno. Dice que es peligroso, y alude a varias categorías de su disciplina que catalogan este tipo de prácticas. Ignora la riqueza fascinante de esta manera de practicar mi arte. Anoto ahora de paso que el mapa universal con el que fantaseaba al comienzo sería muy difícil de construir. Harían falta toneladas del soporte material, se use el que se use, para almacenar tanta información, aunque su utilidad no tendría parangón con ningún otro método para guiarse en el mundo. ¡Imagínese la simple posibilidad de leer a través de nuestro prójimo con total transparencia, de conocer íntimamente la razón de cada uno de sus actos, de poder prever el movimiento del mundo! La psicología debería entenderse como la ciencia primera y más importante, y sólo sobre su base podrían pensarse ciencias secundarias como la sociología, la antropología, la economía y la política. Si esta investigación me deja tiempo, me propongo escribir un tratado teórico que explique minuciosamente este tema.

Diciembre.

Primera semana.
Hoy realizamos la sesión de hipnosis con Ortega. ¡Qué increíble experiencia! Mientras él me contestaba en estado de trance, intenté tomar nota textual de sus respuestas. ¡Oh, qué admirable, el comportamiento de humano! ¡Ahora resulta clarísimo por qué me resultaba tan dificultoso hacer que Ortega me confesara la causa de su turbación constitutiva! Siento una alegría muy profunda y una admiración profesional incomparable. Paso nota de lo que pude apuntar mientras hablaba “dormido”.

Confesión inconsciente del paciente Sebastián Ortega, 25 de Noviembre de 1931.

Pregunto: Dígame, por favor, su nombre y su edad.
Responde: Sebastián José Ortega. Tengo 30 años.
Pregunto: Comencemos, entonces. ¿Qué recuerda de su infancia, Sebastián?
Responde: Todos los años veraneábamos en el campo de tía Lola. Yo me divertía. Ahí tenía que pasar dos meses con la tía y papá y la prima Estela, que era mayor que yo.
Pregunto: Cuénteme más. ¿Cuántos años tenía?
Responde: Diez. Estela tenía doce.
Pregunto: Me señala la diferencia de edad entre usted y su prima. ¿Hay algo más que ahora que recuerde sobre ella?
Responde: Estela era más grande que yo y siempre me mandoneaba. Cuando la tía no estaba jugábamos a lo que ella quería y siempre quería juegos de grandes aunque no era mucho más grande que yo ni tampoco parecía grande como mamá o la tia.
Pregunto: ¿Quiere decirme su nombre y su edad, por favor?
Responde: Me llamo Sebastián y tengo diez años.
Pregunto: Decime, Sebastián, ¿a qué jugaban con tu primita Estela?
Responde: Cuando papá o la tía estaban por ahí Estela no quería jugar a ninguno de sus juegos feos. Corríamos pero ella siempre lo hacía como siempre me miraba con otra cara, para que me acuerde que ese no era su juego favorito.
Pregunto: ¿Te acordás cuál era su juego favorito?
Responde: Uno que no tenía nombre. Yo le decía frota-frota, pero Estela nomás me decía vení y nos escondíamos atrás de una persiana que se doblaba y armaba como una pieza chiquita y triangular con una pared. Si hacía ruido Estela me pegaba fuerte, con toda la fuerza, y me dejaba roja la cara y los cachetes de la cola, y entonces yo me quejaba y hacía más ruido, pero Estela no dejaba de frotarme rápido una y otra vez y pegarme si hacía ruido.
Pregunto: ¿Te gustaba que Estela “te frotara”?
Responde: Me dolía cuando me pegaba pero me gustaba al final. Si después se me ablandaba Estela se enojaba y no quería jugar más y a veces me pegaba peor. Si no, me seguía dando otra vez. Ponía cara de divertida. Yo le tenía miedo a ella y a las caras que ponía, pero me gustaba y me quería casar cuando fuéramos grandes. Yo también debía poner caras raras cuando Estela me abarraba y me frotaba porque se sentía muy raro. Estela decía que no se podía porque éramos primos, y también que no le podía contar a nadie porque me iba a pegar mucho. Cuando terminábamos me hacía cachetearla a ella hasta que quedaba igual de roja que yo. Ella tenía la mano adentro de la pollera mientras me hacía pegarle. Nunca me dejaba mirarle adentro de la pollera. Después papá y la tía nos retaban por jugar a las peleas.

Nota:
La entrevista con el Ortega de diez años se suspende, un nuevo ataque nervioso le adviene mientras está dormido. Los balbuceos se mezclan con un llanto pueril y chillón, la coherencia de su discurso se va diluyendo. Afortunadamente, al despertar, no recuerda nada de lo que hemos hablado.

Segunda semana.
Con sorpresa escucho a Ortega preguntarme cuándo voy a someterlo a la hipnosis. Le miento, le digo que lo haré pronto, cuando esté listo emocionalmente. He decidido no comentar el hecho con nadie.*

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El texto continúa, pero el editor, quien también es el que ha hallado los apuntes, considera prescindible su publicación.




jueves, 11 de septiembre de 2008

Jurisprudencia y ornitología (título provisorio).



Un juicio oral. Una sala pequeña, paredes de madera. Olor acre. El juez, de traje oscuro, entra. La paloma ya estaba de pie.
El abogado a cargo de la defensa, raya al costado, escaso cabello marrón, parejamente pajizo como su existencia, se acomodó la corbata. Había, sí, un algo de nerviosismo, en el sentido literal de la palabra, celular, eléctrico. Tic (como hacen las lámparas). En la cara de los otros se leía: designado por el estado –la acusada, como resultaba evidente, carecía de capital alguno. Se sentaron.
Cuatro fueron llamados a testificar: El portero del edificio, la encargada de limpieza, los inquilinos del departamento contiguo –compartían una pared- y el empleado de mantenimiento de la empresa proveedora de gas. En el discurso de este último se aclaró la circunstancia del siniestro. La única salida de ventilación se encontraba obstruida. Un peritaje posterior comprobó la presencia de un cúmulo de palos secos de un pino cercano, ubicación que coincidía con el domicilio legal de la acusada se sospechaba que, en última instancia, la defensa iba a proponer negligencia. ¿Sería tan agudo como para adoptar un racionalismo francés del siglo XVII y negar la posibilidad de una razón en un pájaro? Por un par de lucas la paloma se hubiera conseguido un kantiano y ahí los quiero ver a saber: pared oeste de la torre “B” del complejo ubicado en avenida tal al etc. Los vecinos, una pareja jóven y su hijo de tres años, no habían escuchado un sonido por tres días. La víctima, un estudiante de vintipico de años, se había “enclaustrado” estudiando durante el lapso, y apenas si se escuchaba el lamento de la puerta cada dos días –la madre rompió en lágrimas-. Un buen muchacho, señor abogado.
Alguien recordó que la fecha de los exámenes finales de invierno era próxima a la del siniestro. La nota del término invierno era explicativa: una cocina utilizada para calefaccionar el departamento consumió, paulatinamente, todo el oxígeno. La autopsia confirmó una cirrosis avanzada y restos de marihuana en el cuerpo. El salto lógico fue estaba drogado, no notó la falta de aire, murió dormido sobre la mesa, babeando un asco, lo encontraron tarde, la saliva era una mancha apenas oscura en la mesa de madera y el cuerpo estaba blandito por el gas blanco y verdoso tirado arriba de la mesa sonriendo como para que el igualmente blando pero voluminosamente lípido portero no devolviera al suelo un pebete semidigerido y otros restos indistinguibles la encargada especificó: con un libro al lado. Alguno se conmovió, seguramente.
La defensa intentó, en varias ocasiones, primeramente inculpar y luego responsabilizar parcialmente al responsable de la instalación del sistema de ventilación. Pobre, no sabía que era el hijo del juez. Los querellantes, la familia del jóven fallecido, estaban bien representados, Monte del Pino fue capaz de mandar a declarar a la paloma. Recordó, luego, durante cuarenta minutos, cómo Aristóteles valoraba la doxa y aquel refrán que reza el silencio otorga. Victoria automática, después de cuarenta y cinco minutos, todos tenían hambre miraba fijo a un lugar indefinido entre la nariz y la ceja izquierda del juez, un ulular la hubiera salvado y sin embargo estoicamente calló y ahora lo mira el abogado defensor se acomodó la corbata, pero se quedó a escuchar la sentencia, estaba acostumbrado a la derrota. Tres del fondo se sorprendieron al escuchar la pena máxima. La decisión se apoyaba en la jurisprudencia y ciertas ventajas materiales. De la reciente ejecución de un conejo había quedado una silla eléctrica a escala construida ad hoc, totalmente funcional, que casualmente se encontraba en el tribunal ese día.
Se resolvió resolver la condena in situ. La defensa protestó por la insistencia de los latinismos, pero el juez hizo oídos sordos. Un policía provincial trajo la sillita. Otro intentó tomar a la paloma, que se resistía. Finalmente, la ataron y conectaron el aparato a la corriente. El juez, sorprendentemente, miró para otro lado cuando accionaron la palanca. Diez segundos después, la desenchufaron.
Murmullo, se paran, se saludan, se levantan. Se van. La paloma es llevada a la morgue municipal.