domingo, 23 de marzo de 2008

Tierra Baldía (1922), T.S. Eliot, El entierro de los muertos.

I. EL ENTIERRO DE LOS MUERTOS


[Cita, en latín y griego]

Para Ezra Pound
il miglior fabbro


Abril, el más cruel entre los meses,
Hace que nazcan lilas en la tierra muerta,
Mezcla recuerdos y deseos, sacude
Raíces perezosas con lluvias vemales.
El invierno nos puso los abrigos, cubriendo
La tierra de olvidada nieve, alimentando
Una mezquina vida con inertes tubérculos.
Nos sorprendió el verano, soltándose sobre el Stambergersee
Con un chubasco; hicimos alto en la columnata
Y cruzamos después el Hofgarten, bañados por el sol.
Y tomamos café y platicamos una hora.
Bin gar keine Russin, stamm' aus Litauen, echt deutsch.
Y de niños, de paso por la casa de mi primo el archiduque,
Él me sacó en trineo.
Yo tenía miedo. Me dijo: Marie,
Marie, cógete bien. Y nos deslizamos cuesta abajo.
En las montañas, allá sí que nos sentimos libres.
Leo casi la noche entera y en el invierno parto hacia el sur.

¿Cuáles son las raíces que prenden, qué ramas
Brotan de este cascajo? Hijo de hombre,
Tú no puedes decirlo, ni imaginarlo, pues sólo conoces
Un cúmulo de imágenes donde reverbera el sol.
El árbol seco no cobija, el grillo canta monocorde,
La estéril piedra no mana agua. Sólo
Hay sombra bajo esta roca roja.
(Ven a la sombra de esta roca roja),
Voy a enseñarte algo diferente
De tu sombra que marcha a largos pasos contigo en la mañana,
0 de tu sombra, irguiéndose al ocaso para ir a tu encuentro;
Voy a enseñarte lo que es el miedo en un puñado de polvo.

Frisch weht der Wind
Der Heimat zu
Mein lrisch Kind,
Wo weilest du?

“Me diste los primeros jacintos hace un año;
“Me llamaban la niña de los jacintos.”
-Pero cuando volvimos, ya tarde, del jardín de los jacintos,
Tus brazos tan cargados, tu cabello tan húmedo, no pude
Hablar, y se apagaron mis ojos, no estaba
Vivo ni muerto, no sabía nada
Mientras veía el corazón de la luz, el silencio.
Oed' und leer das Meer.

Madame Sosostris, famosa clarividente,
Pescó un resfriado, sin embargo.
Se le considera la mujer más sabia de Europa
Con un vicioso mazo de naipes. Aquí, dijo ella,
Está su carta, el Marinero fenicio que murió ahogado.
(Estas perlas fueron sus ojos. ¡Fíjese!)
Aquí está Belladonna, la Dama de las Rocas,
La dama de los sinos.
Aquí está el hombre de los tres bastos, y luego la Rueda,
Aquí el mercader tuerto, y esta carta en blanco
Es algo que lleva a cuestas
Y no puedo mirarlo. No encuentro
Al Colgado. Tema la muerte por agua.
Veo una muchedumbre formando corro.
Gracias. Si ve usted a la estimadísima señora Equitone,
Dígale que yo misma le llevaré el horóscopo:
Hay que ser tan precavida en estos días.

Ciudad irreal,
Bajo la parda niebla de una alborada de invierno,
Tal multitud cruzaba por el Puente de Londres,
Que nunca hubiera yo creído que fueran tantos los que la muerte se llevara.
A veces emitían breves suspiros,
Cada quien con la vista clavada delante de sus pies.
Cuesta arriba, luego calle King William abajo,
Hacia donde Saint Mary Woolnoth santifica las horas
Con un sonido al final de la novena campanada.
Allí vi a un conocido, y lo detuve gritándole: “iStetson!”
¡Tú, que estabas conmigo en los barcos de Mylae!
¿Aquel cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
Ha comenzado a retoñar? ¿Florecerá este año?
¿O la inesperada escarcha remueve su arriate?
Oh, aparta de allí al perro, que es amigo de los hombres,
Pues si no, ¡lo desenterrará de nuevo con sus uñas!
¡Tú, hypocryte lecteur! -mon sembable- mon frère!”

domingo, 2 de marzo de 2008

Los Monstruos (homenaje a Charles Bukowski)


Tenía que ser un sueño. Estábamos los cuatro en la casa de mi madre que era mi casa y pese a que los cuatro éramos positivamente alcohólicos, tomábamos un café hecho por mí y sin quemar. Sí, debía de ser un sueño. Conversábamos amigablemente:
Cornuda decía Ni por puta volvería a acostarme con vos en la Vida, y sonreía. No sólo eso, me hacía ojitos y sonreía ampliamente, mostrando los dientes. Amiga se reía nerviosamente, con la boca cerrada, dejando escapar el aire en cortos y fuertes bufidos risueños; Pusilánime no decía nada. Se limitaba a recorrer el living demasiado iluminado de la casa de mi madre (pero era un sueño, porque era mi casa) y a pestañear detrás de sus grandes lentes rectangulares. Otros, los que no la conocían, podían confundirla con Apática o incluso con Frígida, pero yo la conocía bien, habíamos pasado algún buen mal tiempo juntos, era sencillamente ella, Pusilánime, tan ella misma que apenas atinaba por observarnos a todos con un gesto alegre. En fin, éramos felices.
-Vamos, chicas- decía yo- hay que estar contentos. Estamos aquí los cuatro y esto no puede ser más que un sueño.
Amiga me besó súbitamente. Estaba sentada a mi derecha y ni bien terminé de decir aquellas palabras que poseían un sentido tan profundo como oculto, u oculto al menos para mí, se abalanzó con su boca sobre mi rostro.
-Sos un imbécil- dijo Cornuda, riendo- no podés negarte a una mujer, aún siendo ésta tu amiga y estando junto a otras cuatro en el mismo espacio.
-No me dejó mayor lugar a la réplica- intenté contestar yo, ya con las manos de Amiga cerniéndose sobre mi bragueta como nubes oscuras- pero siempre ha de ser culpa nuestra ¿nocierto?
Seguimos conversando mientras y después de que Amiga me masturbara con fuerza y lentamente, hasta terminar el café. En la siguiente escena, en el mismo lugar, estábamos borrachos, bailando sobre una música enloquecida como no haya escuchado nunca, salvo, tal vez, en los compases más cocainómanos de la música gitana. Pusilánime era la que bailaba más inconscientemente, como dentro de un trance profundo y enfermizo. Mi visión era borrosa, gritábamos (dábamos alaridos que tronaban en la casa grande) y estábamos semidesnudos. Teníamos que gritar para poder oírnos.
-Voy al baño a desearme- dijo Amiga- ya vuelvo. No se terminen el whisky. Sentí el peso en mi mano, miré y noté que estaba sosteniendo una descomunal botella de whisky sin abrir. La destapé sin esfuerzo y le di un trago largo y agradable. Cornuda se quitó la blusa bruscamente, chillando y yo reía despreocupado.
TRUM, TRUM, TRUM-TRUM, sonó la puerta. Sostuve el picaporte con la mano izquierda (en la derecha sostenía la botella sospechosamente aligerada en la mitad de su peso). Del otro lado de la puerta había un gorila de mi estatura y dos veces mi peso, alrededor de los cincuenta años. Le grité Eh, Chinaski, culiado, estoy borracho con tres minas de mierda en la casa de mi vieja –me corregí- en mi casa. Es un sueño, quedate tranquilo. Vení, vamos a coger.
-NOT EVEN IN MY DRUNKESTS DREAMS- bramó Chinaski, y aclaró- I’m too down to fuck. Y nunca te fíes de tres mujeres estando borracho, mucho menos si no estás seguro de que sea un sueño- agregó.
Chinaski se fue. Amiga volvió del baño con aspecto acalorado.
Qué tal, preguntó Pusilánime.
-Buenísimo- replicó Amiga- pensé en los All Black’s.
Reímos.
-Juguemos a algo- dijo Cornuda, tan borracha que apenas podía hablar. Me miró- no estoy hablando de coger, antes de que lo pienses.
-Mujer- dije- estoy demasiado ebrio como para pensar en cualquier cosa.
-SIII- agregó Pusilánime- juguemos a algo (la afirmación era sorprendente por la determinación rotunda de ese “sí”, pero algunos instantes comprendí al reparar en la inconclusión de ese “algo”).
Amiga demostró su apoyo a la actividad lúdica empujándome sobre el sillón.
Me quitaron los pantalones entre las tres, tirando por las perneras desde la punta. Se cayeron al suelo por el mismo impulso que me dejó intempestivamente en calzoncillos y desde allí rieron. Yo me reí. Se acercaron a mí nuevamente, bambaleándose en su pedo bestial.
Repentinamente tenían cuchillos afilados y relucientes en sus manos y sonreían. Temí. Pensé que aún no lo merecía. Se acercaron más. Yo estaba inmovilizado. Grité, quise patalear, lloré. Seguían acercándose.
Me desmayé al sentir la línea fría en mi pija blanda y pequeñísima. Fueron sólo un par de movimientos demasiado rápidos. El dolor me agarrotaba todos los músculos de la espalda. Lloré más fuertemente, pensé en Bukowski, en Castillo, en Miller, en Thomas, en Poe: No era un sueño.

sábado, 1 de marzo de 2008

Desilución de descanso (suicidio e ingenuidad)


Si hubiera sospechado lo que se oye después de muerto, no me suicido.
Apenas se desvanece la musiquita que nos echó a perder los últimos momentos y cerramos los ojos para dormir la eternidad, empiezan las discusiones y las escenas de familia.
¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura! ¡Qué ignoranciua de lo que es bien morir!
Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante.
Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo de mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan la tumba de enfrente.
Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a los gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.
De nada sirve que tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira -esas humillaciones- ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y silencio.
Por lo común, estos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que se encuentra, se amalgama con todos los ecos que presisten; y cuando parece que se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!

(Fragmento sin título de Oliverio Girondo, en "Espantapájaros (al alcance de todos)".