viernes, 28 de noviembre de 2008

sábado, 15 de noviembre de 2008

Crítica a la literatura de purgatorio (literatura de purgatorio).



El tipo, visto desde lejos, parece positivamente un pelotudo. Claro, el problema con eso que llamamos la conciencia es que siempre se la ve de lejos. Nada más inaccesiba, indomable, y, en definitiva, nada más inobjetivable que esa nada que es la conciencia. Esta breve reflexión no pretende ser una defensa del tipo que, escuchando una y otra vez cinco tangos podridos, “parece un pelotudo”, dándole y dándole a la máquina de escribir. Si se me permite una opinión, creo que estos elementos son incluso agravantes de su presunta pelotudez. Digamos, la máquina de escribir, por ejemplo; aceptémosle la fotofobia del mal humor (él diría el desengaño y el dolor punzante en la nuca, pero no seamos permisivos con la depresión), aceptémosle, decía, la fotofobia y la consecuente imposibilidad de mirar fijamente el monitor de la computadora. Él diría que a mano es sencillamente imposible y que su caligrafía críptica y neuróticamente pequeña es ilegible, por momentos, hasta para él mismo. Aceptemos todo esto, pero no dejemos de recordar que la máquina de escribir, a finales de la primera década del siglo veintiuno, es más una fantochada de pretendido bohemio que un arcaísmo pintoresco. Ahora pensemos el tema este del tango. Otro arcaísmo, se sabe, pero también como la máquina, algo más grave que la mera nostalgia por un pasado nunca vivido. No puede hacerse el otario: un tipo inteligente, y como todo tipo inteligente, un pelotudo, le dijo una vez que el tango le disgustaba por ser música de fracasados y, por extensión, de carnudos. Ahora el pelotudo que le pega a la máquina de escribir sabe que comparte con el otro, con el pelotudo de la frase sobre el tango, esas dos condiciones: carnudo et fracasado. A uno le gusta el tango y al otro no; azares del autoconocimiento, no todos reaccionan igual al descubrirse fracasados y/o carnudos. El último dato que compone la patética escena es menor, casi anecdótico, y en la literatura hasta está tenido por muletilla: fuma. Por si alguien precisa algún dato extra sobre este hecho, cabe agregar que su fumar es una reincidencia , y como todo recaer (la palabra es autoexplicativa) contiene un matiz de cierta culpabilidad hipócrita y autodespreciativa o autoconmiserativa, da igual.
Un párrafo entero, y ¿qué tenemos? Un tipo –se nos lo presenta como un pelotudo- fumando, escuchando tango y escribiendo en una máquina a tales fines. Tres lugares archicomunes si los hay. Algunas consideraciones, entonces, imprescindibles para el lector iniciado en la crítica literaria:
- No se debe confundir al personaje con el narrador, aún menos a éste con el autor (ni mucho menos la última variante, al autor con el personaje) hasta que se demuestre lo contrario.
- El principio de generosidad es un principio de-generativo: No todo texto es literario sino más bien al contrario. A riesgo de que se nos critique por clasicistas ano adheriremos a la convención que dicta no tratar como artístico a un texto excepto que las instituciones lo hayan canonizado con antelación. En lo que respecta a este puntualísimo y particular escrito, lamentamos informar al lector que aún estamos a la espera de la certificación pertinente. Fuentes fidedignas nos informaron cierta irregularidad en lo que respecta al Colegio de Escribanos. Se solicita al lector no pierda la fe y que, a modo de excepción, aplique el principio de generosidad al presente texto hasta el, se espera, pronto arribo del papeleo indispensable.
- La literatura romántica tiende a la cursilería –esto es casi un refrán popular. En consecuencia, es recomendable no catalogar de romántico un escrito hasta la detección probable de elementos de pobre y mal gusto. El autor sugiere calcular la cantidad de veces que la palabra amor o sus parónimos se presentan por párrafo: de poder realizarse esta sencilla operación, sin importar el resultado del cálculo, el lector puede tener la certeza de estar leyendo literatura romántica. Otras variantes igualmente aceptadas son el experimentar una leve sensación nauseosa cada dos páginas o la sospecha de que las relaciones entre los personajes son tanto o más profundas que las que el lector puede evocar de entra las suyas propias.
Sería posible, pero no por ello recomendable, prolongar las anteriores advertencias al lector crítico. Tampoco es cuestión de caer en erudiciones prescindibles de ese elitismo un poco facho que a nadie gustan. El tango y los cigarrillos, por el contrario, gozan de mayor estima popular. Volvamos entonces a donde dejamos a nuestro pelotudo, escribiendo, tarea sublime si las hay; sentado en la cama incómoda, fumando como un condenado a muerte en la antigua y remota Rusia zarista. ¿Qué palabras hermosas y oscuras convoca en su rito literario? Cito, para no dejar al lector en el sinsabor de la dulce, dichosa ignorancia:

“Figurate un beso de esos que te dejan pensando No G. no digas estas cosas que yo sé que te van a lastimar Dejame, no me cortes que estoy inspirado. te decía que te imagines uno de esos besos que después, cuando me vaya, te invitan a la reflexión No G. no más besos, esto se acabó y no puede ser más al menos por ahora Shhh, mirá, es así, me acerco, tengo algo en los ojos, una seguridad y una sensación mohína de un absurdo desdibujado que te inquieta. retrocedés dos pasos y después te quedás quieta. no lo sabés, pero me estás invitando a que siga. me decís que me vas a pegar una cachetada, pero sé que ese futuro verbal refiere a un tiempo distante de nosotros en por lo menos cinco minutos. cinco minutos, pienso, alcanzan para un buen y largo beso. me acerco del todo, hasta que, bajando la cara, se chocan nuestras narices. sos linda, pienso, qué injusticia que uno sea sensible a estas cosas. plic una vez, dos segundos y plic una vez más como algún tipo de escaramuza No sigas No sigas, me decís, pero te beso de nuevo y me quedo ahí, ya definitivamente. una boca se abre (la mía, soy un atolondrado) pero casi instantáneamente (y me cago si el adjetivo que tengo en la punta de la lengua no es el trillado “mágicamente”) empiezo a sentir un blando, una lucha que termina: no te das cuenta y vos también ya está ahí conmigo, metiéndote adentro mío con tu lengua como (permiso para el plagio) un río o un movimiento de peces de colores… Basta, enserio basta G. La noche es fresca, se siente cómodo, yo me siento literalmente genial, llevás tu mano a mi espalda y siento que me apretás como si fuera a morirme. es como para asustarse, en el fondo me estás matando, pequeña hija de puta. No me doy cuenta y se nos van esos minutos. el beso fue bueno, puedo sentirme orgulloso, no te vas a olvidar de mí tan fácil Estarás contento, pelotudo Pará que no terminé, respeto al arte, mujer, será de Dios, criatura insensible. en qué iba… ah, sí, que como si tuvieras algún infierno de relojería adentro me das por terminada con mi última (o al menos por ahora última) oportunidad de hacerte recapacitar. me mirás y me doy cuenta de que si no fueras una mujer me comerías nuevamente, sin un puto pero mediante. claro, sino fueras la mujer que sos el que rehusaría sería yo. una ironía, mía, tuya de los dos o de nadie, que tenga que escribir, sentime, ESCRIBIR un beso”

Y antes de poder terminar la frase nuestro pelotudo cae muerto, seco y en redondo, víctima de un paro cardíaco. Este tipo de súbitas muertes se han ido haciendo más y más frecuentes en los últimos tiempos en nuestra mediterránea región, por lo cual le lector no debe sorprenderse ni reclamar falta de plausibilidad. De hecho, una muerte de esas da para los aplausos. Nadie puede dejar de admirarse por cómo este sencillo y estrictamente involuntario acto, el de morir, hace del difunto un objeto del respeto y la benedicencia en general. Pese a la rareza de este popular fenómeno no puede quien suscribe ignorar la fueza que en él ejercen las costumbres en el seno de las cuales fe criado y, por lo tanto, haciéndose eco de esta sólida práctica popular pasaremos a guardar un minuto de silencio en honor de nuestro querido amigo ( ) y, como corresponde a quien lo conoció mejor, lanzaré una injuria al viento contra la histeria típicamente femenina cifrada en aquella, una de las últimas frases que el genial poeta ofreció al mundo, ese “por ahora” grisáceo con el que su personaje femenino matizaba la contundencia que requiere toda despedida que se precie como tal.