miércoles, 30 de abril de 2008

sábado, 26 de abril de 2008

Antes de que digas "atardece" (1)

He admirado reiteradamente, hasta la obsesión, ciertos momentos en los que pienso ocurre el hombre: el instante eterno previo a un viaje, el silencio negro y filoso de la soledad, la lumbre muerta del cigarrillo en el cuarto oscuro, los intangibles y frecuentes márgenes de la locura, el ahogo profundo e inescrutable del pensamiento como arte (el arte, lo imperecedero, el misterio asombroso de la eternidad, la feliz vaguedad del lenguaje contradictorio).

Desde la sombra, arrodillado, casi oculto, he visto sucederse los infinitos y los números, los gritos fortuitos y rituales, la libertad de lo irracional.
La lluvia me ha protegido de la desmesura del cielo; la incredulidad, del Dios inconmensurable; la idiotez, del anzuelo diáfano de las mujeres; la paranoia, de mí mismo.
He sospechado de las cosas, calladamente, las he visto transitar frente a mí en órdenes, por momentos, absurdos; por momentos, aparentemente predeterminados.
He practicado la antropología hasta la misantropía. Me he aferrado al racionalismo hasta la misoginia.
He renegado del amor y la amistad.
Me he asomado a los abismos del miedo a-sí.
He preferido estar muerto.

Puedo notar la mirada de un suicida,
y aún lamentar más la muerte de un perro que la de un hombre.

No recuerdo hasta qué punto pude haberme permitido la inconsciencia, valga la contradicción.
No detesto mi soberbia ni espero que me detesten por ella: los enfermos no lo están completamente hasta la obsecuencia de la admisión.

Nunca quise poder volar (no comparto las ilusiones más típicamente humanas. No lloro el cielo impúdicamente celeste, el crepitar de los arroyos, el salvajismo ciclópeo de las montañas, la continuidad indefinidamente verde de los valles verdes. No distingo el aroma de las distintas flores, no envidio la libertad de las aves).

Nunca pude practicar absolutamente el silencio,
ni saber pertenecer a la rítmica compleja y quieta de la poesía.
Temo a las palabras sin poder abandonarlas.
Sé que es posible encerrar todos los infiernos en una única página manchada.
Sé que otros hombres han podido conjurarlos.
Pero ignoro hasta qué punto lo necesario es el valor o el cariño por lo infecto.

Me callo por no permitir un acaecer tardío, una imposición rígida en puntos de fuga recónditos u ocultos. Lo demás, lo que no haya quedado dicho, escapa a los principios que una geometría euclidiana no pueda sistematizar.
Me callo un axioma por generosidad.


(1) El título es llanamente una amenaza. Las distintas variables del verbo "atardecer", o las construcciones que pudiesen llegar a suplantarlo, son igualmente aberrantes.

"Guerra", Arthur Rimbaud, Iluminaciones


Siendo niño, ciertos cielos afinaron mi óptica: todos los caracteres matizaron mi fisonomía. Se conmovieron los Fenómenos.-Ahora la eterna inflexión de los momentos y lo infinito de las matemáticas me persiguen por este mundo donde sufro todas las realizaciones civiles, respetado por la extraña niñez y los afectos enormes. -Sueño con una guerra, de derecho o de fuerza, de lógica imprevisible.