domingo, 2 de marzo de 2008

Los Monstruos (homenaje a Charles Bukowski)


Tenía que ser un sueño. Estábamos los cuatro en la casa de mi madre que era mi casa y pese a que los cuatro éramos positivamente alcohólicos, tomábamos un café hecho por mí y sin quemar. Sí, debía de ser un sueño. Conversábamos amigablemente:
Cornuda decía Ni por puta volvería a acostarme con vos en la Vida, y sonreía. No sólo eso, me hacía ojitos y sonreía ampliamente, mostrando los dientes. Amiga se reía nerviosamente, con la boca cerrada, dejando escapar el aire en cortos y fuertes bufidos risueños; Pusilánime no decía nada. Se limitaba a recorrer el living demasiado iluminado de la casa de mi madre (pero era un sueño, porque era mi casa) y a pestañear detrás de sus grandes lentes rectangulares. Otros, los que no la conocían, podían confundirla con Apática o incluso con Frígida, pero yo la conocía bien, habíamos pasado algún buen mal tiempo juntos, era sencillamente ella, Pusilánime, tan ella misma que apenas atinaba por observarnos a todos con un gesto alegre. En fin, éramos felices.
-Vamos, chicas- decía yo- hay que estar contentos. Estamos aquí los cuatro y esto no puede ser más que un sueño.
Amiga me besó súbitamente. Estaba sentada a mi derecha y ni bien terminé de decir aquellas palabras que poseían un sentido tan profundo como oculto, u oculto al menos para mí, se abalanzó con su boca sobre mi rostro.
-Sos un imbécil- dijo Cornuda, riendo- no podés negarte a una mujer, aún siendo ésta tu amiga y estando junto a otras cuatro en el mismo espacio.
-No me dejó mayor lugar a la réplica- intenté contestar yo, ya con las manos de Amiga cerniéndose sobre mi bragueta como nubes oscuras- pero siempre ha de ser culpa nuestra ¿nocierto?
Seguimos conversando mientras y después de que Amiga me masturbara con fuerza y lentamente, hasta terminar el café. En la siguiente escena, en el mismo lugar, estábamos borrachos, bailando sobre una música enloquecida como no haya escuchado nunca, salvo, tal vez, en los compases más cocainómanos de la música gitana. Pusilánime era la que bailaba más inconscientemente, como dentro de un trance profundo y enfermizo. Mi visión era borrosa, gritábamos (dábamos alaridos que tronaban en la casa grande) y estábamos semidesnudos. Teníamos que gritar para poder oírnos.
-Voy al baño a desearme- dijo Amiga- ya vuelvo. No se terminen el whisky. Sentí el peso en mi mano, miré y noté que estaba sosteniendo una descomunal botella de whisky sin abrir. La destapé sin esfuerzo y le di un trago largo y agradable. Cornuda se quitó la blusa bruscamente, chillando y yo reía despreocupado.
TRUM, TRUM, TRUM-TRUM, sonó la puerta. Sostuve el picaporte con la mano izquierda (en la derecha sostenía la botella sospechosamente aligerada en la mitad de su peso). Del otro lado de la puerta había un gorila de mi estatura y dos veces mi peso, alrededor de los cincuenta años. Le grité Eh, Chinaski, culiado, estoy borracho con tres minas de mierda en la casa de mi vieja –me corregí- en mi casa. Es un sueño, quedate tranquilo. Vení, vamos a coger.
-NOT EVEN IN MY DRUNKESTS DREAMS- bramó Chinaski, y aclaró- I’m too down to fuck. Y nunca te fíes de tres mujeres estando borracho, mucho menos si no estás seguro de que sea un sueño- agregó.
Chinaski se fue. Amiga volvió del baño con aspecto acalorado.
Qué tal, preguntó Pusilánime.
-Buenísimo- replicó Amiga- pensé en los All Black’s.
Reímos.
-Juguemos a algo- dijo Cornuda, tan borracha que apenas podía hablar. Me miró- no estoy hablando de coger, antes de que lo pienses.
-Mujer- dije- estoy demasiado ebrio como para pensar en cualquier cosa.
-SIII- agregó Pusilánime- juguemos a algo (la afirmación era sorprendente por la determinación rotunda de ese “sí”, pero algunos instantes comprendí al reparar en la inconclusión de ese “algo”).
Amiga demostró su apoyo a la actividad lúdica empujándome sobre el sillón.
Me quitaron los pantalones entre las tres, tirando por las perneras desde la punta. Se cayeron al suelo por el mismo impulso que me dejó intempestivamente en calzoncillos y desde allí rieron. Yo me reí. Se acercaron a mí nuevamente, bambaleándose en su pedo bestial.
Repentinamente tenían cuchillos afilados y relucientes en sus manos y sonreían. Temí. Pensé que aún no lo merecía. Se acercaron más. Yo estaba inmovilizado. Grité, quise patalear, lloré. Seguían acercándose.
Me desmayé al sentir la línea fría en mi pija blanda y pequeñísima. Fueron sólo un par de movimientos demasiado rápidos. El dolor me agarrotaba todos los músculos de la espalda. Lloré más fuertemente, pensé en Bukowski, en Castillo, en Miller, en Thomas, en Poe: No era un sueño.

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