miércoles, 11 de junio de 2008

El Tiempo de Endimión



Recuperar el mundo griego y su tiempo que nunca dejará de repetirse no es el afán de este relato. Tampoco repetir aquel in illo tempore que exige el mito y que Ovidio sabía enclaustrar en el taxativo rigor de sus hexámetros. Estoy queriendo hablar justamente del hombre que, previendo tal vez la necedad que nombrar el tiempo implicará siempre, optó por salvarse del terror que un destino prescrito supone. Libre de las tragedias que urdirán otros después de él, Endimión, antes que salvarse de su finitud, quiso salvarse del horror del tiempo.
La Historia prefirió ahorrarle la lectura –posiblemente ignorara la magia de descifrar esos síbolos- como también supo salvarlo de la Filosofía y sus áridos complejos fastuosos e innecesarios. La corta vida de Endimión transcurrió entre ovejas y paisajes a los que la bucólica rendiría innumerables homenajes reiterativos. Desconoció los secretos que admiraron a los hombres de su época, la posible realidad de los números y las matemáticas, el conocimiento del futuro en las entrañas de las aves, los éxtasis caóticos en los que el hombre y la naturaleza se fundían, en los que se desdibujaban los géneros, en los que el placer agitado y la calma silenciosa proferían los mismos gritos ocultos. Endimión fue hasta su juventud hijo de pastores, criador de ovejas. Bebió el vino agrio que la miel mitigaba y se preparó para el combate siempre latente entre las ciudades. Un solo hecho ocultó a sus paisanos, uno que descartó por inverosímil y en demasía extraño: en la contemplación de la luna a la que se daba cada noche, supuso que el movimiento silencioso y exhaustivo del firmamento no podía ser distinto del ciclo entre vida y muerte al que obedecían el pasto de su ganado, las estaciones del año, el permanecer ilusorio de su linaje. Se obstinó desde la infancia en seguir los giros que la luna da a sus faces, y su amor por Selene, dice el mito, le fue correspondido.
No puede un relato que no quiera introducirse en la descripción de lo fantástico relatar los pormenores de un amor entre la Luna y un mortal, pero lo cierto es que Selene veía en los ojos de Endimión una preocupación sórdida, real, como aquellas de las cuales los hombres escapan y que los Dioses, sin poder ignorarlas, soportan parejamente a su inmortalidad.
-No soy un Dios, Selene, pero viéndote antes de tu llegada pude conocer la inmortalidad. Está escrita en el movimiento imperceptible del firmamento en el que moran los Dioses, en el desvanecerse invisible de las montañas y la composición de las piedras, en la muerte y nacimiento de los Eolios de mi raza, incluso en la materia que mi cuerpo toma y desecha. Los hombres se guían por las sombras y sentencian: mañana, tarde, noche. Yo sólo sé que no hay diferencias y que el tiempo es continuamente retornante. Homero volverá a cantar a la musa –como recordaron las abuelas- y yo volveré a decirte estas palabras.
El mito cuenta que Selene indujo a Endimión a un sueño sin sueños fuera del tiempo, en el que su juventud permaneció intacta olvidando que los hombres cuentan días que agrupan en años y que tras los años la muerte llega. Endimión no temió a la muerte, sino soportar la temporalidad que lo constituía. No a la magnitud de su albedrío en una historia que se repetirá, sino que una historia se repita. No hay más tragedia que el tiempo, más allá de los destinos.
Borges no vio a Endimión, ni él a mí, y sin embargo nos adivinó, repitiéndonos los unos a los otros.

2 comentarios:

Serj Alexander Iturbe dijo...

Mhm...
Sí, borgiano hasta el cansancio, pero me parece medio aburrido.
Está bien que la literatura no necesariamente tiene que entretener, pero a mí me gusta que lo haga.
De todas maneras, está muy bien imitado el estilo.
No me gusta la palabra "firmamento", es demasiado fuerte para ponerla dos veces. Es como si hubiera repetición de la palabra incluso cuando distan bastante entre sí.
Tibio, diría.
Nada más.

Sandias Voladoras dijo...

A mi me gustaría verte escribir poesía. Qué tal saldría de ese universo acumulador de palabras inecesarias en donde todo se pierde en los distintos cajones de tu cabeza. Y no me gusta que me moderen ¿acaso no es una forma de censura?
sarasa